209 AÑOS SIN MORELOS

Dic 23, 2024 | Columnas, Destacado

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Sin tacto.

Por Sergio González Levet.

El 22 de diciembre de 1815 fue fusilado el cura José María Morelos y Pavón en
San Cristóbal Ecatepec, un pueblo que formaba parte de la intendencia de México
y que ahora es un municipio del Estado de México.
Don José María se había unido el 20 de octubre de 1810 a la revolución de
independencia de Miguel Hidalgo y Costilla, quien había sido su maestro en el
Colegio de San Nicolás y lo nombró jefe de las fuerzas insurgentes del sur de
México, que abarcaban los estados de Morelos, Guerrero, Puebla y Michoacán.
En ese encuentro personal, que fue el último que tuvieron en sus vidas, Hidalgo
le encomendó que tomara el puerto de Acapulco, con lo que podrían controlar
todas las mercancías que llegaban al país desde Asia.
A la muerte del cura Hidalgo, la jefatura de la insurrección de independencia
quedó en manos de Ignacio López Rayón, y el cura Morelos reconoció su
liderazgo, que terminó por caer en sus manos en la medida en que fue ganando
terreno en el campo militar.
Al don José María se fueron uniendo personajes que entrarían a la puerta de la
historia nacional, como Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Mariano Matamoros.
Y a lo militar, el cura michoacano sumó también su calidad de estadista, pues
se preocupó por dar al país naciente la fuerza legal de una constitución. Sus
esfuerzos en ese campo empezaron por la creación del Congreso de Anáhuac,
que sesionó en Chilpancingo de septiembre a noviembre de 1813 y culminó con la
presentación de Los Sentimientos de la Nación, un documento que fue el germen
y modelo de las subsecuentes constituciones que han regido a las instituciones y
los ciudadanos mexicanos. La primera de ellas fue la que aprobó el Congreso de
Anáhuac el 22 de octubre de 1814.

Hasta aquí me he ceñido al juicio de la historia oficial, ésa que presenta a
nuestros héroes como personajes impolutos, perfectos; puros en su honestidad y
sus convicciones.
Pero el cura Morelos, al igual que don Miguel Hidalgo, era un hombre de su
tiempo y vivió de acuerdo a él. Por ejemplo, hace dos siglos la condición de
ascetas sexuales no era precisamente una virtud que cultivaran los hombres de la
Iglesia. Juan Nepomuceno Almonte, que fue un notorio conservador ya más
entrado el siglo XIX, era hijo natural de Morelos, y creció con él en la parroquia de
Carácuaro y en los años arduos de la guerra. Y dicen que don José María había
tenido y tuvo varias mujeres más, condición que era tolerada por sus feligreses.
Igualmente, la historia real consigna (y lo oculta la oficial) que la tortura de la
Santa Inquisición hizo que se doblara su espíritu guerrillero. El gran héroe terminó
abjurando de sus deseos independistas y pidió la absolución en el último momento
de su muerte.
Esos hechos finales de su vida no tienen por qué mermar todo el valor de José
María Morelos y Pavón, y le dan la humanidad que le ha querido quitar durante
200 años el oficialismo nacionalista.
Viva Morelos, nuestro gran héroe real.

sglevet@gmail.com