Sin tacto.
Por Sergio González Levet.
A las 11:45 horas del viernes 3 de agosto del año del señor de 2028, entró a
Xalapa el último coche que cabía y ocupó el último espacio que quedaba vacío en
las calles, avenidas, callejones, circuitos y puentes de la ciudad.
Era un automóvil Renault Clío de color rojo, que no obstante ser sumamente
compacto, cumplió funciones de tapón de botella y con eso dejó perfectamente
sellada la ciudad para el tránsito vehicular (incluidas las bicicletas y carretas).
Con este evento, quienes estaban dentro de ellos o de plano habían
abandonado sus vehículos comprendieron que sería imposible salir del enorme
atorón, y empezaron a rehacer sus vidas de acuerdo con la nueva situación.
Los más prácticos, de inmediato se fueron a las tiendas o supermercados más
cercanos a adquirir víveres para salir de las necesidades inmediatas y no faltaron
quienes se fueron caminando hasta sus casas para traer una muda de ropa, en
previsión de que tendrían que soportar una larga espera… y qué digo larga, más
bien definitiva.
Por eso los conductores y los pasajeros empezaron a ver hacia los vehículos
vecinos, y empezaron los contactos visuales con los habitantes de los otros
automóviles, que orillaron a las conversaciones triviales que siempre se dan
cuando uno conoce a alguien.
Como es de imaginar, con el paso de los días se fue pasando de la
conversación cortés a la plática amigable, y de ahí a la confianza plena. En cada
cuadra se empezaron a formar grupos de amistades, obligadas ciertamente por la
necesidad de permanecer cerca de los coches, que en muchos casos
representaba prácticamente el único patrimonio familiar, y al que había que cuidar,
para preservar su integridad.
Hubo lugares en los que se reconocieron amigos de antaño y hasta familiares, y
se fueron formando corrillos, unos estrechados por la amistad, otros por la sangre,
y muchos por los motivos más diversos: desde la filiación partidista hasta la
profesión ejercida, o el equipo de futbol preferido, o el origen natal. Así, se empezó
a hablar de la rúa de los Hernández, de la de los Pérez. Y de la misma manera, de
la calle de los panistas, de la cerrada de los perredistas, de la avenida inconclusa
de los priistas, del callejón de los del Partido Verde; pero también de la cuadra
americanista, de las dos de chivas y hasta un pequeño callejón completado por
fanáticos de la tiburonmanía.
Quienes tuvieron la suerte de que su vehículo varara cerca de su trabajo, se
dirigieron a él y al término de la jornada regresaron a su coche de origen. Igual
pasó con los que quedaron a salto de mata de su domicilio, al que acudían para
hacerse el aseo personal o comer, pero regresaban inexorablemente al ahora
detenido automóvil, que antaño tantas veces los había llevado a tantos lugares.
Ante ese estado de cosas, la autoridad tomó medidas inmediatas y empezó a
garantizar la entrega de agua potable y víveres, para evitar que los conductores y
sus pasajeros murieran de sed…
sglevet@gmail.com