ILUSOS

Jul 2, 2025 | Columnas

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KAIRÓS

Francisco Montfort Guillén

<<Llámenme Pepe>> pidió en la euforia de su campaña, mientras aparecía corriendo, atlético, de la mano de un niño que había sido aleccionado para nombrar al candidato con un apelativo de cercanía, de cariño y confianza. En Chiapas entró a la capital del estado sentado en un elefante adornado que su equipo alquiló en un circo.

Pronunció el mejor discurso político de la historia moderna del país en su toma de posesión, para el cual se utilizaron como base las encuestas de opinión. Cada tópico tratado en su discurso lo respaldaba las opiniones que los mexicanos tenían sobre dicho tema.

José López Portillo representa el punto culminante del gran poder del PRI y, al mismo tiempo, el punto de mayor debilidad política. Compitió como candidato único a la presidencia: el PRI dominaba toda la escena sin contrapesos y ese fue el motivo de su máxima debilidad en términos democráticos.

López Portillo enfrentaba el mal humor social generado por los excesos de Luis Echeverria. También, estaba herido en su orgullo de intelectual por los desfiguros que tuvo que hacer en su campaña para generar simpatías y renovar las esperanzas de la población. Pero logró, debido a que era un hombre inteligente, apuesto y seductor, ganarse la confianza y crear nuevas expectativas entre los mexicanos.

Esas expectativas de la gente crecieron enormemente cuando anunció el hallazgo del yacimiento de petróleo Cantarell. Llamó a los mexicanos a acostumbrarse a <<administrar la abundancia>> dejando atrás los recuentos de nuestras pobrezas. Por motivos personales y políticos, pidió a su secretario de gobierno “cambiar el escenario” político para no tener que repetir los desfiguros hechos en campaña.

Jesús Reyes Heroles realizó una auténtica reforma política para abrir la participación electoral a otras fuerzas. El alcance fue mínimo pero satisfactorio para esos momentos. La cuestión central era dar juego a las minorías, pero no poner en riesgo el dominio total del PRI. Con este respiro democrático y el incremento de la riqueza petrolera las expectativas de desarrollo se multiplicaron. Los mexicanos volvieron a creer en el PRI.

Como el país estaba en quiebra por los errores de Echeverría fue necesario recurrir a la contratación de deuda en momentos de inestabilidad financiera, es decir, en momentos en que las tasas de interés fluctuaban y se mantenían al alza. Nuevamente, como en el caso de Echeverría, las decisiones presidenciales, irrefutables, fueron erróneas. López Portillo tenía todo el poder sin contrapesos. <<Las decisiones sobre cuestiones financieras se toman en Los Pinos>>, anulando así el posible punto de vista contrario que, eventualmente, podría tener su secretario de hacienda.

Dice Alan Riding en la mesa que compartió con Denise Maerker y Héctor Aguilar Camín: <<En México se tenía la ilusión de que las cosas andaban bien, pero la deuda nacional iba en aumento. Recuerdo la falta de información…En 1981 los banqueros estadunidenses le

prestaron 19 mil millones de dólares a México. Entraban por una puerta de PEMEX a preguntar: cuánto necesitan y salían por otra puerta para que entrara el siguiente. Y de pronto ya no había dinero para pagar la deuda. Fue el fin López Portillo y de la oportunidad que nos dio el petróleo, que para mí fue una oportunidad ilusoria. Vino el colapso de la economía nacional y la nacionalización de la banca>> (Nexos, mayo 2026, pp. 24).

Ese gobierno construyó algo de infraestructura útil al lado de obras sin sentido; creó un extraordinario Plan de Desarrollo Industrial que nunca pudo entrar en operación; y también invirtió millonadas de recursos en atender a los marginados con IMSS-COPLAMAR, aunque con efectos no espectaculares.

La corrupción fue un ingrediente que terminó en repudio social junto con la debacle final de las devaluaciones, el endeudamiento, la nacionalización de la banca y nuevamente los desfiguros presidenciales: sus relaciones con una alta funcionaria (Rosa Luz Alegría); el <<orgullo de su nepotismo>> (su hijo José Ramón como alto funcionario); <<defenderá el peso como un perro>>.

En realidad, el petróleo nunca fue una auténtica palanca de desarrollo. El yacimiento enorme no podía producir de inmediato. Se requería crear infraestructura adecuada. Exigía un manejo técnico y responsable. Sin embargo, la enorme deuda provocó también enorme corrupción. Al final ni el petróleo generó abundancia ni la deuda fue bien invertida. El país quedó en quiebra, endeudado y el pueblo muy enojado.

El poder absolutista de López Portillo y el descubrimiento y explotación de Cantarell, lo que sí demuestran, es que la prosperidad no puede surgir con un régimen autoritario, que no respeta el Estado de derecho, que además es un Estado mal organizado y con funcionarios premodernos. En el caos producido por la borrachera del nuevo rico, floreció en las esferas gubernamentales una corrupción enorme.

Porfirio Muños Ledo me contó que él propuso al presidente López Portillo dar a conocer la lista de los famosos <<saca dólares>> que tanto fustigó el mismo presidente. La respuesta fue que no lo hacía porque incluía a los hombres de mayor riqueza en el país. Muñoz Ledo contrargumentó que esa era precisamente una medida que le devolvería la confianza del pueblo. El presidente le respondió que mientras más alto era el nivel, más cerca estaba el peligro. La razón, me dijo Muñoz Ledo, era que en esa lista estaba el nombre de la hermana del presidente y otros familiares y amigos suyos.

Corrupción e incompetencia técnica mataron una posibilidad de encontrar una palanca para promover el desarrollo, el progreso, la prosperidad de las mayorías. El país no contaba con los seres humanos modernos y capacitados para realizar esas tareas. Y el gobierno mexicano tampoco estaba correctamente organizado para preparar una ola de progreso.

En esa época de dominio total del PRI, no existía siquiera el discurso de transformar el Estado sustentado en un régimen democrático. Las oposiciones se conformaban con participar en el poder legislativo y tener una fuerza presencial, aunque no pudieran contener la fuerza legislativa del PRI, es decir, del Poder Ejecutivo, es decir del señor presidente de la República.

Una cuestión que tampoco aparece en el sexenio del gobierno de López Portillo es por qué nunca se planteó una reforma profunda del sistema judicial. En ese entonces nadie volteaba a ver al Poder Judicial y mucho menos a las procuradurías de justicia. Toda la imagen y la discusión pública giraban en torno a la figura presidencial y sus decisiones. La idea prevaleciente era la del desarrollo como simple crecimiento económico a partir del Estado, con poca intervención de la iniciativa privada.

Nunca se plantearon reformas que desde entonces eran urgentes. La del seguro social, para que involucrara a los trabajadores y familias de la entonces no tan grande economía formal. La modernización y extensión de la educación superior y la formación masiva de capital humano de gran calidad en el extranjero (ya había sido creado el CONACYT por Luis Echeverría). Tampoco estuvo en el horizonte una concepción científica de la educación básica pues los sindicatos oficiales eran intocables. No existió el orden de un plan nacional de infraestructuras que revolucionara este aspecto clave para el progreso.

Este caso del petróleo y el presidencialismo lopezportillista es paradigmático porque muestra que el poder absoluto es absolutamente disfuncional para manejar legal, técnica y modernamente el Estado. Todo era voluntarismo y si estorbaban las leyes, pues simplemente se hacían a un lado.

Si bien en el modelo de los países desarrollados aparece la conjunción de la democracia con la modernidad y con el progreso, en el “modelo asiático”, dominado por China, solo aparece un Estado tecnocrático, con un proceso modernizador y que respeta y hace respetar las leyes con disciplina férrea. La democracia no es un componente indispensable. En el México de López Portillo no existían ninguno de estos elementos.

Pasado el tiempo puede decirse que esta no fue una oportunidad perdida, sino una ilusión colectiva de corta duración, construida por ese domador de serpientes con música que era el PRI. El sexenio de López Portillo concluyó con la peor crisis sexenal de nuestra historia: la social.

Terminó de un plumazo con la clase media construida por el régimen de la Revolución Mexicana y con problemas económicos en miles de hogares, con más gente pobre y crecimiento de la economía informal, con problemas financieros enormes del gobierno, y peor, con PEMEX quebrado, pero con una imagen de ente salvador en el imaginario colectivo, que sigue siendo explotado por los actuales gobernantes de manera irresponsable.