EL ESCORPIÓN Y EL SAPO

Sep 10, 2024 | Columnas

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Sin tacto.

Por Sergio González Levet.

El magnífico escorpión reinaba en su nido y en sus alrededores.
Era un animal que había hecho del mandar un concepto diferente, porque en su
casa solamente había una voluntad y una opinión: la suya. La dama escorpiona y
sus ¿cachorros? lo obedecían sin chistar porque conocían su temperamento
acuñado en 435 millones de años de andar peleándose con los insectos que se
come y hasta con algunos vertebrados pequeños, a los que mata con su ponzoña
y también se los engulle. Se ve que su propio veneno no le hace daño ni le causa
molestias en su opistosoma, que es el abdomen y mucho menos en su prosoma, o
sea el cefalotórax.
¿435 millones de años? Sí. Los científicos han logrado desentrañar que los
alacranes -si nos referimos a ellos con el vocablo de origen árabe- empezaron su
peregrinar en la tierra en la era paleozoica, y más precisamente en el periodo
silúrico. Pero además un buen ejemplar puede llegar a vivir hasta 25 años, que es
una eternidad en términos escorpionescos. Eso quiere decir también que han
conseguido una gran habilidad en mandar y en picar, con la cola.
Así que el escorpión magnífico de esta historia tenía de qué ufanarse y lo hacía
todas las mañanas, cuando la señora de la casa -es un decir- y los nenes se
reunían para escuchar las hazañas del cabeza -y cola- de la casa.
Nuestro héroe de los rincones y las grietas relataba cómo había picado a
innumerables animales y hasta a varios seres humanos: princesas de glúteos
estrechos, matronas entradas en carnes, musculosos señores, ingenuos
adolescentes y niños descuidados. Él no lo sabía, pero por su aguijón habían
pasado las venas de reyes y políticos, que también se creen reyes; de músicos y
escritores notables; de cortesanas y mujeres puras; de prelados y seglares.

Debemos admitir que el poderío doméstico de nuestro amigo tenía una
pequeña fisura, y era que su señora de repente le pedía que hiciera algunos
pequeños mandados para que ella pudiera cumplimentar algún antojo, aunque no
estuviera precisamente en periodo de celo. Esa orden era la venganza contra
cientos de millones de años de sumisión y malos tratos, y por eso no era
negociable de ningún modo.
He ahí el motivo por el cual el escorpión salió corriendo ese día en busca de un
racimo de cerezas. Buscó y buscó en el bosque hasta que encontró una frondosa
planta de los sabrosos frutos.
Pero, ay, estaba del otro lado del río. Se lamentó de que él y su especie nunca
hubieran tenido la delicadeza de aprender a nadar, y se puso a buscar la forma de
remontar el líquido obstáculo.
Encontró a un sapo que estaba en la orilla y le pidió que lo pasara al otro lado.
El batracio, que no era nada tonto, le dijo que eso era imposible, porque cuando lo
llevara a cuesta le iba a picar y se hundiría. El alacrán lo convenció con el
argumento de que si lo picaba, él mismo iba a morir.
Eso convenció a sapo, dejó que trepara sobre él y se lanzó al agua. Iban a la
mitad cuando el escorpión izó su cola y le dio un picotazo mortal a su sustentante.
—¿Cómo es posible que hayas hecho eso? Nos vamos a morir los dos —se
lamentó el nadador mientras se hundía.
El escorpión sólo alcanzó a decir:
—Es que no puedo ir en contra de mi naturaleza.

sglevet@gmail.com