Prosa aprisa.
Arturo Reyes Isidoro.
A finales de septiembre de 2023 estuve a punto de perder a mi hijo mayor, Arturo, a causa
de que le surgió un tumor cerebral.
La mañana de un sábado, cuando nos disponíamos a iniciar el día, nos avisaron del
hospital que nos despidiéramos de él: su pulso y su ritmo cardíaco, muy débiles, no les
daban esperanzas a los médicos de que iba a vivir.
Dos días antes le habían abierto el cráneo para extirparle el tumor y lo habían sellado de
nuevo; al día siguiente le detectaron una infección y repitieron la operación. Inconsciente
siempre él, pensé que no volveríamos a hablar.
Creyentes de Dios en mi familia, no sin gran dolor decidimos que debíamos y teníamos
que entregárselo al Señor si lo estaba llamando a su lado. Fuimos a la Catedral del
puerto, donde estaba hospitalizado, y cumplimos el ritual religioso.
Por la tarde, revivió. Aunque inconsciente, se normalizaron su pulso y su ritmo cardíaco, y
tras meses de recuperación, prácticamente volvió a su vida normal, aunque le darán de
alta hasta dentro de tres años más.
Viví entonces lo que deben vivir padres que pierden a sus hijos a causa de alguna
enfermedad, o los que los han perdido a causa de la violencia y la inseguridad, o los que
los han perdido y sufren porque no saben dónde están.
No dejo de pensar lo que viviríamos en mi familia en estas épocas si lo hubiéramos
perdido, pero desde entonces, más que nunca, no dejo de pensar en las familias en
desgracia por el trágico fin de los suyos, hombres y mujeres jóvenes.
Acaso la prueba que nos puso Dios desarrolló más mi sensibilidad y tampoco dejo de
considerar la triste situación de los migrantes, sobre todo de mujeres y niños, muchos de
ellos casi muertos en vida.
Aparte de todas las carencias que sufren, pienso, cada que llega el invierno, en lo que
deben estar pasando cuando ellos vienen de países al sur donde lo dominante son las
altas temperaturas. Desgracia tras desgracia, como el terrible trauma que sufren.
Cada que oro pido por ellos y sus familias, que también deben sufrir por lo incierto de su
destino. Le pido a Dios consuelo, pero que también les fortalezca la fe y la esperanza de
que hallarán a los suyos y con vida, en el caso de los que están desaparecidos.
Cada que voy a tomar mis alimentos, pienso en los migrantes que no tienen mesa para
comer, pero tampoco qué comer, ni médicos ni medicamentos si se enferman. Cada que
voy a dormir considero el privilegio de tener una cobija para cubrirme, pero no dejo de
pensar en ellas y ellos, en especial en los niños, que tienen que dormir en el piso y con el
dolor de las punzadas que les debe provocar el frío.
Pero tampoco me alejo de mi realidad más cercana. De quienes sobreviven en la pobreza
extrema en las colonias marginadas de Xalapa o en los pueblos aledaños y me conforta
saber que hay personas que les llevan auxilio y apoyo, como algunas misioneras y un
grupo de natación, en las que participa siempre mi esposa (sé que no les gusta que se
diga lo que hacen, pero hago la referencia con el deseo de alentar a todo aquel que
pueda a que las secunde).
Este lunes estamos en la víspera de la Nochebuena y en la antevíspera de la Navidad. En
mi caso, he querido dejar esta vez a un lado los temas cotidianos para hacer esta
reflexión personal y desde este espacio enviarles mi abrazo solidario a quienes sufren la
ausencia de alguno de los suyos, decirles que no están solos y pedirles a todos los demás
que, de la mejor forma que podamos, nos sumemos a su incansable tarea para que
encuentren a quienes están desaparecidos.
Esperaría con interés algún mensaje esperanzador de la gobernadora Rocío Nahle a sus
representados, aunque quién sabe, ya vimos cómo su antecesor, también de Morena,
supuestamente “humanista”, Cuitláhuac García Jiménez, se mostró indiferente al sentir y
al sufrir del pueblo al que aparentemente representaba.
Mañana, día 24, no publicaré, ni el 25, cuando iré a pagar mi manda anual al Cristo Negro
de Otatitlán, y nuevamente haré oración por los migrantes, por los familiares de quienes
perdieron a los suyos, por las víctimas de la guerra, por los enfermos y por quienes
carecen de todo, o casi todo.
Pienso seguir publicando hasta el fin de año, que ya es pronto, pero mientras tanto,
lectora, lector, editor, compañeros míos que comparten esta columna e, igual, la difunden,
les expreso mi agradecimiento por su consideración, les envío mi más cálido abrazo y les
deseo que pasen estas fechas de la mejor forma con los suyos, con salud, en unidad
familiar, llenos de mucha fe y con la esperanza de que los tiempos por venir serán
mejores.
Finalmente, soy ser humano y, por lo tanto, imperfecto. No soy refractario a la crítica. Tal
vez, alguna vez, he cometido alguna injusticia por algo que haya publicado en forma
equivocada e involuntaria, pero nunca de mala fe y siempre pensando en el bien común,
el de los lectores, el de la sociedad a la que sirvo o trato de servir. Si le he faltado a
alguien, le ofrezco disculpas, y a Dios le pido que me perdone.
El jueves aquí nos reencontraremos.