EL PERRO DEL VECINO /2

Ene 11, 2025 | Columnas

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Sin tacto.

Por Sergio González Levet.

Ante los ladridos interminables del perro del vecino, el señor K se vio en la
necesidad de salir de su casa, atravesar la calle y tocar en la puerta del señor D.
Éste salió enfurruñado y con una actitud de enfrentamiento.
—Disculpe usted, señor —expresó con calma y respeto el visitante—, pero
nuevamente tengo que pedirle que calle a su mascota, porque tiene más de dos
horas ladrando y ya no soportamos el ruido en casa.
—Pues no sé por qué me viene a decir eso, porque es mi derecho tener una
mascota en casa y es normal que los perros hagan ruido —contestó airado el
dueño del importuno can.
—Disculpe usted, señor D, aunque ciertamente es su derecho tener una
mascota en casa, lo que sí rebasa las normas de convivencia es que haga un
ruido infernal y que afecte a sus vecinos. Tengo que decirle que en mi caso, un
eminente médico internista me diagnosticó un Trastorno de Ansiedad
Generalizada (TAG) y un siquiatra me recetó ciertos medicamentos neurológicos y
me recomendó específicamente que me mantuviera en un ambiente de
tranquilidad y silencio. Usted comprenderá, vecino, que los ladridos permanentes y
desgarradores de su mascota, que es de una raza mayor, me tienen los nervios de
punta y no he podido avanzar en mi recuperación.
—Mire, señor K, sus quejas me tienen muy molesto y hágale como quiera,
porque seguiré teniendo mi perro en la cochera aunque se enferme toda la cuadra.
Yo viví algún tiempo en España y ahí nunca tuve problemas con mis mascotas y
menos con mis vecinos. Allá sí que saben convivir en paz.
—Se me hace extraño que diga eso —insistió el señor K—, porque en Europa
tienen leyes muy rigurosas respecto al cuidado y posesión de animales. Por

ejemplo, acaban de aprobar un impuesto especial para quienes tengan una
mascota, y los perros deben tener un seguro por daños a terceros que puedan
ocasionar, tanto en su constitución física como en su patrimonio.
—Pues yo tuve perro allá y nunca pagué impuestos ni seguros por él —reveló el
señor D.
—Pero, ¿su perro español también ladraba todo el día? —se preocupó el Señor
K.
—¡Para nada! Seguro me hubiera caído la policía. Allá tuve un perro chico que
casi no hacía ruido, y lo cuidábamos mucho para que no ladrara.
—¿Y acá? —preguntó no sin sorna el vecino agraviado por los ruidos del can.
—Acá es otra cosa —se reveló el señor D—, porque las leyes y las autoridades
son muy fáciles de esquivar.
Y sin ninguna advertencia, cerró la puerta violentamente, casi en la cara del
pobre señor K.

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