Sin tacto.
Por Sergio González Levet.
Hoy que toma posesión Donald Trump por segunda vez como Presidente de los
Estados Unidos hay una gran preocupación entre los mexicanos y entre muchos
norteamericanos por el anuncio que hizo de que hará deportaciones masivas de
latinos -la mayoría compatriotas nuestros- apenas se siente en el histórico sillón
de la oficina oval en la Casa Blanca.
Inmigrantes, indocumentados, periodistas, intelectuales, defensores de
derechos humanos y hasta funcionarios del Gobierno de México -incluida la
Presidenta- han mostrado de diversas maneras su temor de que el impetuoso
nuevo mandatario gringo cumpla su palabra y empiece un éxodo millonario de
personas de regreso a nuestro país y a nuestra economía, en donde de plano no
caben.
Las ciudades fronterizas de este lado se han tratado de preparar como han
podido -aunque ninguna ha podido mucho en realidad- para dar asistencia a la
riada interminable que se avecinaría si se cumple la amenaza de Donald el
hablador.
Pero están preocupándose por el número de los que serían arrojados de vuelta,
y han desechado la posibilidad de que el problema no sea el número, sino la
calidad de los desechados.
A ver, pensemos que el flamante gobierno trumpista no nos manda un millón de
los diligentes trabajadores mexicanos que allá cumplen las labores más rudas que
antes hacían los negros (conocidos como afroamericanos): meseros, camaristas
de hoteles, cosechadores de frutos, jardineros, sirvientes en domicilios
particulares, intendentes…
No, no nos manda un millón, pero envía a cambio 50 o 100 mil personas de la
peor ralea, ésos a los que se refiere constantemente el irascible Donald: asesinos,
sicarios, narcos, violadores, abusadores, sicópatas, ladrones, golpeadores,
adictos.
Un malpensado podría imaginar que Trump está tratando de hacer lo que hizo
Fidel Castro cuando la crisis de los balseros de Mariel. Miles y miles de cubanos
han tratado de salir de su país desde el triunfo de la Revolución castrista. Desde el
31 de diciembre de 1958 se fueron dando innumerables intentos de personas que
trataban de encontrar una vida con mejores condiciones en los Estados Unidos.
En 1994 se dio una especie de locura colectiva y hordas de cubanos
empezaron a lanzar sus lanchas y sus balsas al mar desde el Puerto de Mariel, en
La Habana, con el objetivo de escapar de la isla. Fidel Castro aprovechó la
ocasión y ordenó que el ejército y la marina dejaran pasar a quienes se iban en
busca de la libertad.
Lo que pareció una concesión del régimen hacia el derecho de las personas de
vivir dónde y cómo quisieran, en realidad fue una jugada del estricto comandante
para echar hacia las costas de Florida una horda de criminales y de incapacitados
sociales. Primero, sacó a los presos comunes de la cárcel y los puso a su suerte
en la playa para que se fueran; también echó a los homosexuales, que eran muy
maltratados por el gobierno revolucionario. Y así se fue quitando las partes de la
población que le ocasionaban molestias. Eso sí, los presos políticos, educados,
productivos y con una conciencia se quedaron en sus celdas.
No pasaron dos semanas y los gringos ya no sabían qué hacer con todo ese
conglomerado de personas violentas, y hasta intentaron sin éxito regresárselas a
Fidel.
Pues algo así nos puede suceder en México. No cuántos, sino cuáles…
sglevet@gmail.com