EMILIO Y ADANELY

Oct 14, 2025 | Columnas

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Sin tacto

Por Sergio González Levet

Emilio se levantó muy temprano ese domingo. Llegó al espejo del baño con los
ojos todavía pegados por la desvelada del día anterior, entreverada con el
cansancio de esa jornada trágica que tantos males trajo a sus paisanos. Vio que el
cristal reflejaba un profundo surco en su entrecejo que se perdía hacia la frente, y
se dio cuenta de que estaba más preocupado de lo que pensaba. Sabía en su
interior y se lo decía su sentido común que su tierra enfrentaba una desgracia
bíblica, que su gente estaba sufriendo como nunca -como siempre-, pero esta vez
azotada por el cielo inclemente, por la furia del agua desatada.
Adanely esperó todavía un rato entre las sábanas frescas por el aire
acondicionado. Se desperezó con parsimonia y empezó a pensar con
preocupación que ese domingo no iba a poder gozar del asueto como siempre.
Finamente se levantó y cuando salió de la larga ducha tomó todo su tiempo para
elegir el atuendo más adecuado que usaría en la jornada. Luego de varias
pruebas, se decidió por unos jeans de marca con unas botas Cat de seguridad,
ésas que nunca había terminado de estrenarse para ir a uno de los baños de
pueblo que tuvo que soportar durante las tediosas jornadas de la campaña.
Emilio desayunó frugalmente, apenas un poco de fruta, una pieza de pan
corriente y un pocillo de café aguado. Mentalmente fue recorriendo los trabajos
que le esperaban ese día: meterse en el lodo, repartir despensas, ayudar a
desbrozar las calles llenas de utensilios inservibles que apenas ayer eran el
patrimonio de tantas familias; mojarse en el lodo, organizar las brigadas de
limpieza, apoyar emocionalmente a los que perdieron lo poco que tenían que era
todo, fundar expectativas; empaparse en el lodo…

Adanely escuchó el claxon de la camioneta de lujo, debidamente manejada por
su chofer, y bajó a la calle mientras recorría con la mente lo que debía hacer con
las personas que se le iban a acercar irremisiblemente, cómo iba a alejarse de la
suciedad, la humedad, los malos olores. También ensayó en su cerebro las fotos
que se iba a tomar, que dejaran constancia plena de que también había auxiliado
a los damnificados, a los miserables que le iban a pedir muchas cosas que no les
iba a poder dar. Se prometió a si misma que esta vez iba a ser sencilla, que
sonreiría a todos, que no iba a dejar que le saliera algún mohín de desdén. Pensó
que tenía que pedir que alguien le tomara fotos, para que se viera ampliamente su
amor por el pueblo, su cercanía con los jodidos de entonces, que son los mismos.
Emilio se reunió con los voluntarios, habló de lo que se tenía que hacer para
que los trabajos fueran más eficientes, propuso acciones arriesgadas y
agotadoras, todo para ponerse por encima de la desgracia; todo para levantar el
ánimo y la esperanza de la gente.
Adanely habló con algunas personas de su confianza para que instruyeran a
todos sus colaboradores que, mientras entregaban una bolsa con comida o con
utensilios, le recordaran a los beneficiarios que el apoyo era de parte de ella, y por
eso les iba a ir muy bien en los años siguientes.
Emilio se preocupó y se ocupó; Adanely trató de ganar simpatías.
Emilio… Adanely…

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