Sin tacto.
Por Sergio González Levet.
Vamos a ver: eres una dama que en el medio en que te mueves se te considera
atractiva, mucho. Eres joven, estás en los que muchas consideran que son los
diez mejores años de la vida de una mujer, ¡entre los 29 y los 30!
El dinero personal dejó de ser una preocupación para ti desde que tu Patriarca
ganó la Presidencia de la República hace seis años y meses. Tienes poder, un
inmenso poder para una chica que podría parecer frágil y lánguida.
Bonitilla, joven, rica, poderosa… si quisieras, podrías haber conquistado con
facilidad a cualquier hombre bien parecido de este país. No sé, un artista, un
ejecutivo junior, un político emergente con un futuro prometedor, un deportista en
la cumbre de su carrera.
Vaya, hasta te hubieras podido dar el gusto de importunar a la Ángela Aguilar y
quedarte con el Cristian Nodal -que parece ser el hombre más codiciado de
México, así de mal andamos-.
Estás colocada en un alto sitial del grupo de las mujeres más empoderadas de
México. Pero, no. Preferiste ir a buscar en un rebaño ajeno. No un hombre libre
sino un corazón ocupado con otra mujer y hasta con hijos. Pero qué necesidad,
como cantara el ¿difunto? Juan Gabriel.
Entiendo que muchos seguidores tuyos y de tu… hum… ¿partido?… ¿equipo?…
¿grupito cerrado?… ¿familia política?… ah, sí… ¡de tu movimiento!, piensan que
con esas credenciales a la vista que tienes ya andarías del brazo por la calle,
luciéndolo, con el más exitoso luchador social, con un revolucionario de mil
batallas en países dominados por los imperios capitalistas.
O muy probablemente con un pensador de la talla de Noam Chomsky, pero con
60 años menos; otro investigador humanista del Instituto Tecnológico de
Massachusetts o un doctor de Harvard o un egresado con honores de la Patricio
Lumumba de Moscú.
¿Pero un señor casado, no muy agraciado que digamos, y muy conocido en el
ambiente saludable como para que pudiera pasar desapercibido este romance a
hurtadillas, este amor prohibido (murmuran por la calle…)?
No amiga; no, mi lideresa de aquéllos.
¿A poco no pensaste en a quienes ibas a afectar? ¿O crees que tu condición de
mujer de izquierda, es decir, revolucionaria, te obligó a hacer un acto de rebeldía
contra las buenas costumbres capitalistas, contra la otra moral?
Ay, muchacha, trata de pensar en los demás, en los que afectas con tus
acciones de mujer poderosa y política. No le hagas como tus compañeros de
partido.
Aunque es notorio que ya lo hiciste…
sglevet@gmail.com