ORIZABA.

Ene 23, 2024 | Columnas

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Prosa aprisa.
Arturo Reyes Isidoro.
Sentados a la mesa de un restaurante del Poliforum Mier y Pesado les pregunté a
Philipp (Felipe) Kuhn y a Sandra Schäfer por qué Orizaba.
Nativos de Colonia, Alemania, aunque descendientes de familias argentina y
española, respectivamente, decidieron vacacionar en México.
Otorrinolaringólogo él, maestra ella, otra cultura, ahorraron durante cinco años para
poder salir sin preocupaciones por tres meses.
Llegaron a Veracruz después de estar en Puebla, pero no se dirigieron primero y
de inmediato al puerto jarocho, como cabría esperar.
En realidad, tocaron base en Xalapa, para ver a Lucas, su hijo, quien hace una
residencia en la ciudad (le da hospedaje mi hijo Toño) y de inmediato partieron
para Pluviosilla.
Me narró él que cuando decidieron conocer el estado en el que vivía su hijo en
México se metió a buscar lugares que le resultaran interesantes para conocer.
Las imágenes de la llamada Ciudad de las Aguas Alegres lo sedujeron de
inmediato; los atractivos turísticos que ofrece y que, claro, promueven muy bien.
No dejó de decirme que, por supuesto, iría al puerto jarocho, recorrería la capital
del estado, iría a Tlacotalpan, al Tajín, a Naolinco y a algunos otros puntos.
Pero en Orizaba estaban –lo vi– felices, no obstante que les tocaron días fríos,
húmedos, con neblina que –me imaginé– para el rigor de los fríos de Europa eso
les ha de haber sabido a pan comido.
Prácticamente visitaron y disfrutaron todos los atractivos turísticos que tiene la
histórica ciudad, lo mismo para niños que para jóvenes y adultos.
En mi caso, volví una vez más, aunque ahora me di tiempo para acabar de conocer
los nuevos atractivos que tiene, de los que los ha ido dotando el gobierno de Juan
Manuel Diez Francos.
Así como he estado en días de mucho calor, ahora también paseé en medio de un
clima parecido al de Xalapa, con frío, neblina, chipi-chipi.

Pero pude vivir y constatar que en cualquier caso la ciudad, sus atractivos, su café
en el Palacio de Hierro, se disfrutan por igual (a los visitantes les sorprendió saber
que el edificio lo diseñó Gustave Eiffel, el mismo artífice de la Torre Eiffel de París,
y que fue inaugurado en 1894).
Estaría de más decir que es una ciudad muy limpia pero no sobra mencionarlo
para quienes nunca la han visitado o poco la conocen.
Tampoco está por demás decir que es una ciudad muy segura, acaso la más
segura del estado, con una policía municipal ejemplar por el trato que dan al
ciudadano, residente o visitante.
Cada que he ido, más en los últimos años, los autobuses de turistas, por lo
numerosos, me recuerdan a los que he visto aparcados en los grandes
estacionamientos construidos exprofeso afuera de los atractivos turísticos de
Europa.
Esta vez observé con más calma y detenimiento las representaciones artísticas
que se presentan en el conjunto de Casavegas, sitio inspirado en la época
medieval.
Me sorprendió gratamente la calidad de los artistas, jóvenes y supuse que locales.
Su calidad no le pide nada a la de cualquier otro de cualquier parte del país y del
mundo (hasta donde he recorrido).
Por momentos incluso me sentí en algún lugar de Europa, de los que he visitado.
La visita, una vez más, al Museo Francisco Gabilondo Soler (Cri Cri) en el
Polifórum, me confirmó lo que siempre he pensado: que nuestros museógrafos y
artistas están en un nivel igual o acaso hasta superior al de cualquiera de cualquier
parque de Disney (conozco completo el de Anaheim, en California).
Con algo significativo: para lo que ofrece a la vista y a la imaginación, el precio de
acceso es casi simbólico: 25 pesos por persona; acaso solo para su
mantenimiento.
Y con una cosa más: exalta ese valor que tiene y ofrece Veracruz a los niños de
todo el mundo: el de Gabilondo Soler y su personaje de estatura universal, Cri Cri,
Pensé que tanto Felipe como Sandra debieron haber quedado sorprendidos que
en un país tan remoto al suyo encontraran en Francisco Gabilondo Soler la versión
mexicana de los hermanos Grimm, alemanes como ellos, quienes pasaron a la

inmortalidad con su Caperucita Roja, La Cenicienta, El Sastrecillo Valiente y tantos
y tantos cuentos con los que nos entretuvieron de niños.
La verdad, no puede uno dejar de ser niño cuando ve personificados a los
múltiples y tan variados personajes de las canciones de Cri Cri, que nos recuerdan
sus letras, aquellas de antes de que irrumpiera la televisión, pero que
escuchábamos a través de las ondas sonoras de la XEW.
Y ante tanta violencia, tantos hechos de sangre, en un país y en un estado
ensangrentado, reforcé mi idea de que todos los niños veracruzanos, de todas las
condiciones sociales, al menos una vez en su vida debieran conocer el museo.
Deben saber que hay un mundo mejor que el mundo que les ofrecemos los
mayores: de fantasía, sí, pero también de ilusiones, forjador de esperanzas de
nuevos y mejores tiempos y que ellos podrían alcanzar algún día.
Y, ¡ay!, es inevitable llegar al terreno político, para resaltar la figura del alcalde Diez
Francos, un hombre con mucha visión que ha creado lo que ya, sin duda, es un
verdadero emporio turístico en el centro del estado.
Es el mejor testimonio de que no es el partido sino la persona la que define la
calidad del funcionario, del político, del servidor público.
Él es del PRI y ha logrado cruzar el pantano sin manchar su plumaje. Y no alardea
de nada, de que él es diferente cuando verdaderamente lo es.
Felipe y Sandra, quienes por la cercanía entre los países europeos viajan por todo
su continente, según me platicaron, han de regresar e ir contando que Veracruz
tiene una ciudad mágica que hace verdadero honor a su nombre.
En mi caso, cada vez que pueda, he de seguir regresando a Orizaba a disfrutar,
además, su rica gastronomía y sus precios, muy por debajo de los que nos cobran
en Xalapa y otras ciudades. Y, además, con muy buen servicio.