REYES HEROLES Y UNA REACCIÓN MUY HUMANA

Mar 20, 2025 | Columnas

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Desde el Café

Bernardo Gutiérrez Parra
El 19 de marzo de 1985 comía cerca del Zócalo capitalino con un
viejo político tuxpeño, cuando nos enteramos de la sorpresiva
muerte de don Jesús Reyes Heroles, secretario de la SEP con Miguel
de la Madrid, y al que un mes antes había saludado en su oficina, no
porque tuviera derecho de picaporte, sino porque me llevó don
Miguel López Azuara, un brillante periodista también tuxpeño, de la
época de oro de Excélsior.
Fue la tercera ocasión que lo vi y la primera que crucé palabra con
él. Casi toda la charla don Jesús me habló de mi padre el Neno su
amigo de la infancia.; “Más que amigo hermano; a pesar de que me
llevaba seis años”, me dijo.
Por ahí debe andar una foto que parece daguerrotipo donde están los
dos sentados a orilla del río Tuxpan. Mi padre sostiene una caña de
pescar a la espera de que pique un pez, y don Jesús lee un libro a
lado de una cesta de pan que su padre le mandaba a vender. Don
Jesús tendría unos diez años y mi Neno diez y seis.
Después de cuarenta minutos de una charla inolvidable nos
despedimos y no lo volví a ver.
No repuestos de la sorpresa, el viejo político con el que comía
comenzó a evocarlo: “Brillante político, brillante historiador,
brillante ideólogo del PRI, pero un viejo intratable y neurótico. ¿Te
acuerdas cuando nos corrió?”
Cómo olvidarlo.
Sucedió en febrero o marzo de 1973. Regresaba con el Neno del
Distrito Federal a Tuxpan, pero al llegar a Insurgentes centro

estacionó su Chevrolet 1957 a dos cuadras del edificio del PRI y me
dijo “Vamos a saludar a Chucho”.
Las oficinas del líder tricolor estaban en el quinto o sexto piso de lo
que después se conoció como “El edificio viejo”. Y la sala de espera
estaba atestada fácil, de unos treinta fulanos que sin excepción eran
la crema y nata de la billetiza en Tuxpan.
Todos eran muy ricos y entraron en tropel al despacho de don Jesús
apenas les franquearon el paso. Mi padre y yo nos quedamos en la
sala de espera. Y desde ahí vimos todo el espectáculo porque eran
tantos que ellos mismos abrieron las puertas del despacho.
Don Jesús estaba sentado en su escritorio, a su derecha había unos
quince tuxpeños sentados y parados, a su izquierda otro tanto y en el
centro el que llevaba la voz cantante, un empresario ganadero con
más millones que pulgas tiene un perro callejero.
“No nos agradezcas la visita Chucho, venimos a que nos ayudes
porque estamos muy jodidos. Aquí Fulano quiere ser tesorero en el
terruño; Sutano quiere la oficina de Hacienda; Mengano quiere ser
diputado local; Perengano quiere lo mismo pero a nivel federal…” y
tras repartir cargos a todos remató zalamero: “Y tu servidor quiere
ser el próximo presidente municipal de la tierra que te vio nacer,
hermano”.
Don Jesús aspiró hondo y se puso de pie. “Así que están fregados”,
dijo. “No mi Chucho, estamos jodidísimos y por eso hemos venido a
que nos eche la mano nuestro amigo”.
Algo iba a decir cuando alcanzó a ver a mi papá. “¿Y tu qué puesto
quieres mi Neno?”, le preguntó. “Ninguno señor; yo vengo con mi
hijo a saludarlo”. “¿No vienes con ellos?” “No, no viene con
nosotros” terció el que llevaba la voz.
Don Jesús guardó silencio mientras los barría con la mirada, luego
les habló bajito pero fue subiendo el tono hasta que casi gritó:

“¿Acaso piensan que esto es una agencia de colocaciones o que yo
soy la Alianza para el Progreso? ¡Largo de aquí, fuera!”
“Y nos corrió el muy cabrón”, me dijo el viejo político que tras
pensarlo un poco agregó: “Pero tuvo razón, mucha razón”.
¿Que cuál es la moraleja? No lector, no hay moraleja. Simplemente
te estoy contando la reacción muy humana, de un político de
excepción de los que tanta falta le hacen y con urgencia a este país.
bernardogup@hotmail.com