Desde el Café.
Bernardo Gutiérrez Parra.
Rubén Rocha Moya no ganó la gubernatura de Sinaloa y él lo sabe.
Horas antes de la votación en esa entidad, miembros del crimen
organizado “levantaron” a los funcionarios de casilla, amenazaron a
los candidatos opositores, secuestraron a sus familias y llevaron al
triunfo a Rubén con 624 mil 225 votos de sus “simpatizantes”.
Una vez que el Instituto Electoral del Estado de Sinaloa (IEES)
validó su triunfo, recobraron su libertad los funcionarios de casilla,
soltaron a los familiares de sus contrincantes, cesaron las amenazas
y tutti contenti.
Rubén Rocha Moya es todo un caso. De respetable maestro de
primaria, catedrático universitario y rector de la Universidad
Autónoma de ese estado, pasó a ser sospechoso de tener ligas con el
narco. Y las sospechas crecieron cuando fue involucrado por Ismael
“El Mayo” Zambada en su secuestro que culminó en una cárcel de
Estados Unidos.
En la actualidad, 25 mil de cada dos sinaloenses (sí, dije bien),
afirman que está bien clavado con los chicos malos.
La guerra entre Mayitos y Chapitos que comenzó en septiembre
anterior en Culiacán ya lo rebasó. Y aunque él no la empezó, casi no
hay sinaloense que no lo haga responsable de un conflicto que ha
cobrado la vida de más de 700 personas, la desaparición de más de
900 y la peor crisis económica de la que se tenga memoria en el
Sinaloa.
Pero en lugar de tratar de calmar el vendaval, a Rocha Moya como
que le gusta echarle más lumbre al fuego. Ha sido insistente en
asegurar que Culiacán en particular y Sinaloa en general viven en
calma; que no hay ninguna guerra y que los medios son los
culpables porque “exageran” su información. Ha llegado al colmo de
invitar al turismo a su estado natal “donde se respira paz y
tranquilidad”.
Esto ha enervado a los sinaloenses que la semana anterior reventaron
de indignación después de que unos sicarios mataron a dos menores
de edad y a su padre cuando éste trató de evitar que le robaran su
auto.
En dos manifestaciones el jueves y domingo, los culiches exigieron
su destitución con gritos de: “Fuera Rocha, Fuera Rocha, Fuera
Rocha”, gritos que al señor gobernador le valieron pura corneta.
Cuando el lunes por la mañana un reportero le preguntó si
renunciaría contestó: “Ya lo dije yo, el pueblo pone y el pueblo
quita. Pero es el pueblo y no alguien que grita. Y no, no tengo
pensado renunciar, no hay razones para eso. ¿Cuántos pidieron en
esa marcha el ‘fuera Rocha’?, ponle que todos los que iban ahí. Pero
esta sociedad está compuesta por más de tres millones de personas.
Es una muestra estadística que requiere mucho más que eso”.
Es decir, como faltó a la marcha el grueso de los sinaloenses, los
gritos no valen y el tipo no se irá.
El clamor llegó a odios de la presidenta Claudia Sheinbaum que
dijo: “Nuestra labor como gobierno federal es ayudar a proteger a
las familias de Sinaloa; ese es nuestro trabajo…Decirle al pueblo de
Sinaloa que estamos trabajando todos los días, que lamentamos la
situación que están viviendo, pero que no solo es una preocupación,
es una ocupación permanente”.
Hasta ahí iba más o menos bien, el desbarre vino cuando agregó:
“Había unas columnas (periodísticas) como si fuera como antes en
donde la presidenta (sic) decidía a quien ponía y a quien quitaba.
Esa no es la labor del gobierno federal… Sería un acto de
autoritarismo quitar al gobernador”.
Futa…
Indudablemente sí, sería un acto de autoritarismo si la remoción
fuera sólo porque le cae mal a más de uno. Pero en este caso no es
así, el gobernador es un pelmazo que para colmo es señalado de
tener nexos con el narco. Luego entonces, este “acto de
autoritarismo” presidencial iría empatado con un acto de justicia
social que agradecería incluso todo México.
La salida de Rocha Moya no acabará con la guerra en Culiacán, pero
despresurizará la olla de rabia, indignación e impotencia que existe
desde noviembre anterior.
En más de una ocasión Omar García Harfuch le ha planteado a la
presidenta la urgencia de pedirle su dimisión al sujeto y Claudia
Sheinbaum también lo desea. Pero Andrés Manuel López Obrador le
ha dicho que no; que ni lo piense. Así que si no sucede un verdadero
milagro del cielo, Rubén Rocha Moya seguirá atormentando con su
presencia a sus gobernados hasta el 2027.
Tiene razón la presidenta, en tiempos del PRI el presidente de la
República reventaba al mal gobernador y tanto él como su partido
salían más fuertes que nunca de la bronca. Una de las excepciones
fue Enrique Peña Nieto que aguantó de más a Javier Duarte y así le
fue a él y al PRI.
López Obrador, que escogió a Rocha Moya a pesar de que conocía
sus antecedentes y lo defendió con todo y contra todo, nunca lo
quiso remover porque no quería que la raza de bronce le champara
que se equivocó; que metió la pata con su amigo de años. Y por eso
le está ordenando a Claudia que lo sostenga, con lo que continuará la
pesadilla.
Pobres sinaloenses pero también pobre Claudia. Cada día son más
los que ven algo que ya no se puede ocultar; que quien manda en el
país vive en Palenque y que ella sigue siendo sólo la señora
presidenta.
bernardogup@hotmail.com