En los pasillos del poder, hay quienes se enredan con la investidura y se olvidan de la responsabilidad. Y hay otros, pocos, que entienden que servir no es posar para la foto, sino agacharse cuando hay que limpiar el desastre heredado.
En Veracruz, uno de esos raros casos se llama Ricardo Ahued Bardahuil. Secretario de Gobierno, exalcalde, empresario con historial limpio —sí, de esos que no abundan— y, en días recientes, objeto de crítica por estar pendiente de la remodelación del Palacio de Gobierno. En redes y columnas se le llamó con desdén “el conserje del Palacio”. Lo que no sabían es que con ese mote no lo insultaban, lo enaltecían.
“Me dicen conserje, qué bueno. Lo considero un halago”, respondió Ahued. Y no es falsa modestia. Es convicción. Porque para él, la figura del conserje representa trabajo, respeto, presencia. Mientras otros se escudan en la oficina, él baja al sótano, recorre pasillos, revisa drenajes y escucha quejas de goteras, cortocircuitos y humedades institucionales. ¿Es eso indigno? No. Es exactamente lo que debería hacer todo servidor público: ocuparse y responsabilizarse.
En un país donde muchos funcionarios creen que la prensa es enemiga o que la crítica es injuria, Ahued ofrece una lección que ojalá se vuelva epidemia: responder con dignidad, sin evasivas, sin escándalo, sin victimismo.
El funcionario no negó el señalamiento. No pidió censura. No se escondió detrás de un boletín. Respondió con claridad y orgullo. “No me ofende, me honra”, dijo. En una época donde lo común es acusar “golpeteo político” ante cualquier observación, eso se agradece.
Porque sí, el periodista incomoda, confronta, saca del guion. Pero también advierte, propone, alerta. Quien no escuche a la prensa, está condenado a gobernar en eco. Y gobernar en eco es peligroso.
Ahued detalló que, además de estar al tanto de las obras, coordina mesas de seguridad con más de 140 casos diarios, ha gestionado más de 7 mil audiencias desde la Secretaría de Gobierno y mantiene una línea institucional clara: trabajar con seriedad, sin opacar la investidura de la gobernadora. Esto, en un estado donde los reflectores suelen encandilar más que iluminar.
Pero no solo en Palacio se escuchó la crítica. En el Congreso local, el diputado Esteban Bautista Hernández, presidente de la Junta de Coordinación Política (JUCOPO), demostró que cuando se quiere, se puede. Tras varios señalamientos sobre la falta de estrategia de comunicación en el Poder Legislativo, reaccionó de inmediato: activó a su jefe de prensa, mejoró los canales de difusión y empezó a visibilizar el trabajo de todas y todos los diputados.
No bastan las buenas leyes si nadie las conoce. No sirve de nada legislar si no se comunica. Bautista lo entendió. Y lo resolvió.
Es fácil descalificar desde el teclado. Más difícil es asumir el cargo con humildad. Y más raro aún es encontrar funcionarios que, al verse interpelados por la ciudadanía o por la prensa, no se ofenden, sino que agradecen. Porque saben que el verdadero poder no está en la alfombra roja, sino en la bota embarrada.
En Veracruz, tierra de heridas abiertas y memorias sensibles, urge que los funcionarios escuchen más y posen menos. Que bajen del pedestal. Que aprendan del conserje, del intendente, del maestro de obra. Que entiendan que gobernar también es barrer lo que otros dejaron sucio.
Hay quienes creen que llamar a un funcionario “conserje” es denigrarlo. Yo creo que es reconocerlo. Porque si algo necesita este país, es más gente que esté dispuesta a limpiar, revisar, reparar. A escuchar sin escudo. A responder sin rabia.
La dignidad no la da el cargo. La da la actitud. Y cuando un secretario de Gobierno acepta con gallardía la crítica, y un diputado corrige el rumbo sin quejarse, entonces hay esperanza. Tal vez, solo tal vez, la política pueda volver a ser servicio y no espectáculo.
Y si eso implica asumir el rol de conserje de la democracia, que así sea. Porque alguien tiene que mantener limpia la casa del pueblo.
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