Sin tacto.
Por Sergio González Levet.
En los inicios del semanario Punto y Aparte (PyA), hace unos 50 mil años, en
donde fui jefe de redacción, dirigido y enseñado por Froylán Flores Cancela, un
día llegó un paisano misanteco a hablar conmigo. Era Irán Marcos Zacarías, un
joven que empezaba su carrera en el ambiente político y había alcanzado algún
puesto en el PRI estatal, cercano a cierto político poderoso, de cuyo nombre no
quiero ni puedo acordarme, pero eso es lo de menos.
Llegó a mi oficina, me saludó con la cordialidad de siempre, aunque de
inmediato puso una cara de preocupación.
—Sergio, buenas tardes. Vengo a platicar contigo porque yo siempre consideré
que Miguelito Molina era mi amigo, cercano en el afecto como tú lo eres, primo,
pero me he dado cuenta de que no gozo precisamente de su simpatía…
Miguel Molina era reportero en el PyA y escribía notas de color que tenían éxito
por su manejo del humor y por el uso de un lenguaje en ese entonces inusual en
la correctísima forma de escribir de la época.
Y ciertamente habíamos publicado una croniquita de Miguel en la que describía
con agudeza un evento de los priistas en el auditorio de su edificio estatal.
—Se me hace extraño que me digas eso, Irán —le repliqué—, porque sé de
cierto que Miguel te tiene en buena estima y me lo reiteró el día del cierre de la
edición. Yo leí, revisé y corregí el texto de Miguel, como es mi función hacerlo con
todo lo que se publica en el semanario, y no recuerdo que te hubiera criticado.
—¡Cómo no! —saltó mi indignado amigo—. Me puso una cosa muy fea. Ahí lo
puedes leer —y me enseñó un ejemplar, abierto en la nota de Molina—. Mira,
mira, mencionó que yo había participado en el acto priista y me puso una palabra
muy fea: ¡INEFABLE! Escribió exactamente, “Ahí estaba el inefable Irán Marcos
Zacarías”.
—¿Y qué? —le dije—. Yo no le veo nada de malo a eso.
—¿Cómo que no? ¿Cómo que no? No me quieras decir lo contrario ante la
evidencia que te estoy mostrando —el buen Marcos se iba apasionando y
enojando.
—A ver, Irán —dije para empezar a contener su furia—, ¿tienes alguna idea de
lo que quiere decir la palabra “inefable?
—Pues la verdad, no, Sergio. ¡Pero se me hace que es algo muy feo!
—Te faltó, mi querido Irán Marcos, un poco de conocimiento del idioma o
cuando menos un diccionario, porque “inefable” es un término elogioso que puede
traducirse como genial o indescriptible.
—Ah caray —respiró aliviado—. ¿Entonces Miguelito habló bien de mí? Mira
nomás… Oye, y por cierto, ¿no está aquí para que le agradezca personalmente la
mención?
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