Sin tacto.
Por Sergio González Levet.
La insatisfacción de los clientes es el elemento que en estos tiempos mueve más
a la economía mundial. Pareciera una paradoja, pero lo cierto es que la
mercadotecnia ha terminado por sustentarse en la existencia de compradores
descontentos antes y después de hacer la adquisición de lo que sea: bienes
muebles e inmuebles, servicios, lujos, necesidades.
“Antes y después”, he ahí el meollo del asunto. Los consorcios comerciales, que
ahora son los dominadores del planeta, llegaron a la conclusión de que una
persona que no está a gusto con su situación personal termina por ir de compras
de lo que sea, porque piensa que es la mejor manera de solucionar su
improductividad, su incapacidad emocional, su depresión.
Y también se fijaron en que si esa persona no encuentra el gusto en lo que
adquirió, pues va a ir a comprar otros satisfactores y así se genera un círculo
vicioso de busca de productos que solamente benefician a quienes los venden,
por lo general a precios muy elevados.
Asómese usted a Internet y encontrará una enorme cantidad de artículos,
opiniones, comentarios, mensajes que van encaminados a que usted deje de
gozar de la vida. Veamos: cualquier cosa deliciosa es mala para el organismo,
sobre todo los que le producen algún placer (el pan y el azúcar, prohibidos para
siempre, por ejemplo); en bien de su salud, debe cambiar sus hábitos más
placenteros (esa gustosa taza de café en la mañana debe ser erradicada de
nuestra vida, mire nomás); no hay que ver tantas redes sociales, no hay que
informarse a plenitud, no hay que estar comunicados permanentemente con tantos
y tantos amigos a través del celular.
Ese humano moderno que habla con el mundo, que tiene a la distancia de su
mano el conocimiento de todo lo que sucede y de todo lo que se sabe, que se
embebe en su teléfono inteligente y participa de la aldea global de la que hablaba
el farsante de Marshall McLuhan… ese ser humano, es un paria para los
mercadólogos, un tipo de persona que se debe erradicar para siempre. Y es
porque si usa convenientemente la tecnología a su favor, se puede convertir en un
consumidor inteligente, que solamente gasta lo necesario. Es decir, en la bestia
apocalíptica que combaten los almacenes y los corporativos.
El gran comercio necesita de cerebros que no piensen, de bolsillos que se
abran al vaivén de lo innecesario, de señoras y señores que sientan que comprar
es algo magnífico, aunque lo que se compra no lo sea.
La satisfacción de tantos buenos momentos que tenemos en la vida -como una
sonrisa, una caricia, una buena palabra, una mejor acción- nos hará seres
satisfechos con nosotros mismos y no tendremos que tratar de salvar nuestra
existencia adquiriendo lo que no necesitamos.
Aunque se enojen los señores vendedores…
sglevet@gmail.com