Francisco Montfort Guillén
La naturaleza de las sociedades contemporáneas exitosas se define mediante la tríada de procesos sociales distintos, una creencia y un Aparato de comando. La trinidad la conforman fenómenos que no son consustanciales, pero que sí están asociados indisolublemente mediante relaciones que comportan, entre sí, contradicciones y complementariedades. Desarrollo o prosperidad, modernidad y democracia no pueden pensarse por separado, y sí deben estar anclados junto con un Estado (basado en el cumplimiento de las leyes) y sus mitos nacionales.
Hasta el momento, la gran mayoría de los ensayos y artículos sobre los problemas que vive México han tenido como sujeto y objeto a la democracia, su penosa construcción y su estrepitoso derrumbe. Pero en ellos se mezclan problemas que no forman parte exclusiva de la democracia. A la débil democracia mexicana se le cargan las culpas que tienen que ver con el mal desarrollo, la deformada y enclenque modernidad, los defectos del Estado y la fantasiosa creencia de nuestra identidad nacional.
Con todas estas cargas resulta imposible precisar qué pasó realmente con la construcción democrática y su evolución a partir de 1977 y hasta 2018. Tal vez la culpa que más se le atribuye al fracaso democrático en México sea el de no haber solucionado los problemas de las pobrezas y las desigualdades sociales. Y este problema pertenece casi por entero al complejo proceso del desarrollo (o prosperidad compartida) y al papel del Estado en la distribución de la riqueza.
Ahora mismo, que no alcanzara arraigo entre los marginados o excluidos y entre los diferentes tipos de grupos humanos de pobres, es una de las críticas que se más se le endosan al Partido Acción Nacional. Hemos de decir que tampoco tuvo gran arraigo en su etapa de mayor éxito electoral y aún así ganó en un par de ocasiones la presidencia de la república. No afirmamos que no deba preocuparse y ocuparse de esos grupos sociales que forman la mayoría de la población del país. Sus dirigentes habrán de encontrar el camino para ofrecer a la sociedad una oferta similar a la que hizo de la democracia cristiana en Alemania uno de los grandes elementos de su asombrosa recuperación.
Pero lo que pretendo subrayar es que los partidos políticos forman parte del cuerpo o la sociedad política de una nación, que media entre la sociedad civil y el poder del Estado (basado su funcionamiento en leyes rigurosamente cumplidas) y que por lo tanto sí les corresponde, a todos los partidos políticos, ocuparse de las cuestiones de la democracia para ganar su autonomía relativa respecto tanto del Estado como de la sociedad civil, mediante sus acciones meramente partidistas a través de sus representantes en las cámaras de legisladores.
En México prevalece una cultura social que no diferencia entre las funciones de la sociedad política y las funciones del Estado que durante casi un siglo fueron realizadas por un solo ente (Partido de Estado) también encargado de promover la modernización de las élites mexicanas. Y por lo visto Morena ha encontrado tierra fértil para volver a ofrecer esa estructura de poder indiferenciada, que se ocupa de promover cierta forma de democracia simulada, la promoción del desarrollo estatista y una modernidad deformada por un nacionalismo ramplón, provinciano y patriotero.
Tal vez esta falta de claridad sea una de las causas por las cuales existe mucho ruido en defensa de la <<democracia>> pero pocas nueces para reencauzar el camino que diferencie las tareas de modernidad, acorde con los cambios que dominan el mundo, de las tareas del desarrollo o prosperidad que son responsabilidad del Estado como Aparato de comando de la sociedad, y de las tareas de cultura democrática moderna que tienen en el ser humano, en el individuo, al actor central de las libertades para decidir con base en el derecho cuál es la opción política que más le conviene al país.
En una sociedad contemporánea exitosa, sin democracia puede haber desarrollo, como en China, pero no sin modernización de mujeres y hombres. Sin desarrollo puede haber democracia, pero no sin modernidad. Y nada de estos procesos es posible si la sociedad carece de un Estado exitoso para triunfar en este mundo de economía internacionalizada, de modernidad impulsada por los cambios tecnocientíficos.
Una señal incontrovertible es el otorgamiento del último Premio Nobel de Economía a tres investigadores que dieron contexto histórico y modelo matemático a las hipótesis de J. Schumpeter sobre la inevitabilidad de la <<destrucción creativa>> del modo de producción capitalista para producir crecimiento económico y modernidad, innovación permanente y crítica constante, sin que esté directamente involucrado el sistema democrático.
Es por el bien de la república que se le debe desear éxito al esfuerza de relanzamiento del PAN, así como augurar buenaventura a la consolidación de al menos un nuevo partido político (el que se desprende de la Marea Rosa) y que el PRI logre mantener su registro para mantener un mínimo de representatividad de la diversidad cultural y política que habitan en la sociedad mexicana.
Es urgente recomponer la sociedad política mexicana porque con la prefiguración de un Estado destinado al fracaso como el que está construyendo Morena, será más difícil salir del subdesarrollo, atemperar hasta casi desaparecer la pobreza y la desigualdad del país e impulsar una nueva y más consistente etapa de modernización de las mujeres y hombres del país.
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